Los niños índigo y los 12 sentidos

Dra. Marta Miguel

Los sentidos corporales son doce. Gracias a ellos el ser humano percibe su propio cuerpo y el mundo que lo rodea. Esta percepción transcurre en tres niveles de conciencia: de vigilia o diurna, crepuscular o de ensueño (seminconsciencia), y de sueño profundo (inconsciencia). A la primera pertenecen, por ejemplo, la vista y el oído, a la segunda el sentido del equilibrio, y a la tercera el sentido cenestésico o del movimiento propio.

Rudolf Steiner, habló además, de tres sentidos espirituales, aún germinales, los que irían desarrollándose en el futuro. Ellos son: el sentido del yo ajeno, del pensamiento ajeno o intelectivo y el sentido verbal o de la palabra ajena.

Se plantea, cien años después de tales anuncios, si los «nuevos niños» son ya portadores de estos sentidos. Esto explicaría porqué, frente a ellos, el adulto puede sentir que «saben» quiénes somos y «qué» estamos pensando.

Así como los sentidos físicos convencionales deben ser educados en el niño a través de pocos estímulos definidos y seleccionados, así los sentidos espirituales exigen la autoeducación del adulto; sólo desde el esfuerzo consciente de ser digno de imitación y obediencia estará a la altura de los cambios que la evolución humana muestra hoy.


Sentido Intelectivo: o del pensamiento ajeno, permite comprender los pensamientos de otra persona. Todo el organismo viviente es portador de este sentido, al obrar como sistema reflector. Esto se apoya en la investigación espiritual que revela que las fuerzas que promueven el crecimiento y la vida (etéricas o morfogenéticas) son las mismas que, luego, conforman los pensamientos. El adulto puede educarlo si se esfuerza por comprender los pensamientos de otros hombres, libre de simpatías o antipatías. El estudio de la filosofía es un ejemplo de ello.

Sentido verbal: o de la palabra ajena es una ampliación del sentido auditivo que meramente registra sonidos y tonos. La palabra es producida por todo el ser humano (no sólo por la laringe). El espíritu o yo le da a la vez calidez y firmeza; el alma: vibración, la vida: fluidez, y el cuerpo, con su sistema óseo, obra como caja de resonancia que apaga o amplifica. El ejercicio voluntario de callar (aquietando la laringe) y poner en reposo todo cuanto de movimiento haya en el organismo aproxima a este sentido.

Sentido del Yo ajeno: percibe quién es la individualidad que se manifiesta a través de pensamientos, gestos, postura, modo de andar. Todo el organismo humano en tanto estructura es portador del mismo; el centro se ubica en la cabeza que es desde donde surgen los impulsos formativos. Cualidades anímicas como el interés, la compasión y el amor al otro convierten el organismo en órgano de percepción del yo ajeno.


LOS NIÑOS INDIGO: Perspectiva antroposófica

Se los llama niños índigo. Portan nuevas capacidades. El médico los recibe de padres y maestros que se ven sobreexigidos y desbordados. Suele pedirse medicación tranquilizante o tratamiento psicoterápico… Debe quedar claro que no se trata de una enfermedad. Y que el enfoque es, ante todo, pedagógico y no médico. Que hay que informarse sobre los rasgos característicos para reconocerlos. Y que un desarrollo sano de estos niños requiere de padres y maestros el conocimiento de los principios que rigen el crecimiento normal; sabiendo cómo se crece es posible comprender qué criterio educativo hay que aplicar.

Cómo reconocerlos:

Hay coincidencias en las siguientes características:

  • parecen adultos en pequeño; tienen una madurez que no coincide con la edad
  • reaccionan ante injusticias o toman partido por los más débiles.
  • cuestionan y enfrentan a adultos de su entorno
  • sus sentidos están más desarrollados (p.ej. ciertos ruidos les provocan dolor)
  • tienen un exceso de atención (que se confunde con el déficit atencional del niño hiperquinético)
  • son colaboradores del maestro y preguntan más que sus compañeros
  • tienen intereses múltiples (que a menudo no coinciden con el plan de estudios convencional)
  • «parecen» tener dificultades de aprendizaje.; en realidad no aprenden aquello que no les interesa o que ya saben
  • no dan la impresión de ser atrevidos, irrespetuosos o mal educados
  • más bien parecen sinceros, justos, francos y objetivos.

Cómo educarlos:

En los primeros siete años el niño imita a los adultos en la forma de caminar, hablar, moverse. El crecimiento es dirigido desde las fuerzas cefálicas (lo cual se objetiva en el mayor tamaño de la cabeza). El sistema nervioso tiene un principio de simetría (dos hemisferios cerebrales) y un carácter reflector que lo asemejan a un espejo. Por ello es que surge la imitación como cualidad instintivo-orgánica.

El médico puede ayudar a los padres mostrándoles que estos niños necesitan ver en ellos modelos dignos de imitación. Esto en relación a lo que hacen, piensan o sienten, pues son especialmente sensibles al autoritarismo vacío, las contradicciones y engaños de los adultos.(véase «nuevos niños y los doce sentidos»).

Entre los siete y los catorce años es preciso que los maestros puedan llegar a convertirse en autoridad, más que por los conocimientos intelectuales y pedagógicos, por capacidad «natural». En este período se desarrolla el sistema rítmico del pulmón y corazón. Al hacerse autónomo este sistema el niño se distancia de los demás; ya no es uno con el mundo como el más pequeño. Esto se ve en el retirarse de la mirada: algo, el sentimiento, se ha interiorizado. Debe poder mirar al adulto con respeto y aprender de él a orientarse en las emociones. El maestro es el mundo. Es verdad lo que el maestro que respeta dice que es cierto. Si el maestro da imágenes llenas de fervor porque cree en ellas, las imágenes se imprimen en él y permanecen. El niño que acepta la autoridad puede alcanzar, de adulto, libertad de criterio.

Imitación y ejemplo, Autoridad y respeto, son los principios rectores para un desarrollo saludable tanto más necesarios en estos «nuevos niños».