La imagen del hombre

Carlos Mönckeberg

La «IMAGEN DEL HOMBRE» surge como algo que acompaña a la evolución de la humanidad desde sus comienzos, en el Génesis los «Elohim» o Espíritus de la Forma o Exusiai expresan: «Hagamos al Hombre a nuestra Imagen y Semejanza».

O sea se propone crear al hombre conforma a una imagen preexistente, que corresponde a un orden jerárquico superior. Esta imagen primordial aparece en distintas corrientes religiosas o espirituales, y se plasma conforme a la capacidad perceptiva clarividente de los sacerdotes iniciados de las distintas culturas, así por ejemplo el «Adan Kadmon» en la tradición hebrea, la esfinge egipcia, la visión del «Hijo del Hombre» en el primer capítulo del «Apocalipsis» de San Juan. En éste último documento aparece luego una segunda imagen, la de los cuatro «Vivientes» frente al Trono, o sea los representantes espirituales de cuatro constelaciones del zodíaco fundamentales, el Águila, el León, el Toro y su síntesis, que es el hombre o el ángel. Análoga visión la encontramos en el profeta Daniel en el Antiguo Testamento. Estos seres cósmicos, pertenecientes a las Jerarquías de los Serafines, Querubines y Tronos, son el realidad los verdaderos creadores del hombre, ellos «componen» su imagen aun antes de la creación propiamente dicha, ésta imagen se plasma por ejemplo en la Esfinge Egipcia.  

En medio de ellos aparece un nuevo Arquetipo, el «Cordero» quién es el único que puede abrir los sellos del «Libro», y es allí cuando comienza la verdadera creación. Rudolf Steiner describe el proceso creacional cósmico del hombre en el sentido de lo expresado por ejemplo en su  ciclo de conferencias «Las Jerarquías espirituales y su Reflejo en el Mundo Físico» donde incluso indica cómo surgen las distintas partes del ser humano en forma cósmica al relacionarse la Tierra en su estado germinal con las distintas Jerarquías vinculadas a las constelaciones.

Con el advenimiento del Cristo, esa imagen primordial se hizo hombre y «vivió entre nosotros» como lo reconoce expresamente Poncio Pilato cuando dice: «he ahí el hombre». En la resurrección, Cristo devuelve esa imagen a cada hombre, la incorpora a la humanidad, y desde ese momento esa imagen es accesible a la conciencia, vivencia humana. En toda su obra de 21 años aproximadamente, desde 1903 hasta 1924, Rudolf Steiner desarrolla esa imagen fundamental del hombre en el tiempo.

En la Reunión de Navidad de 1923 resume, condensa y recrea dicha imagen en un espacio espiritual, en la meditación de la Piedra Fundamental, y desde allí en ese espacio muestra el camino de desarrollo de la conciencia del hombre, desde la conciencia corriente cotidiana, hacia la vivencia del hombre en su aspecto cósmico, o sea la consciente reunión del hombre con su propia imagen primordial. Con ello Rudolf Steiner funda los nuevos misterios del Cristo, que son los misterios del Yo humano, que deben ser vivenciados por el Yo, o el Yo debe realizarse a través de los mismos, es decir en su consciente unión con el Cristo, como lo describe la leyenda del Santo Grial. Si la imagen del hombre como la desarrolla Rudolf Steiner es expresión de los nuevos misterios, toda representación de la Antroposofía o todo actuar desde la misma debe ser realizada con la conciencia de que se trata de la representación de un misterio, o sea de un contenido primordial y sagrado.